viernes, enero 21, 2005

Las voces de Lorena

Se encontraba sola, como quiso estarlo desde aquel fatídico día en que por la tarde, cuando el cielo toma un color melón y las nubes parecen algodones de azúcar, su madre se marchó al otro lado del oceano. Sentada, al pie del malecón, contemplaba el río, los lechugines asesinos y las ramas que navegaban sin fin. La brisa despeinaba su frondosa cabellera y le cubría los ojos. Ya empezaba a bajar el sol, la hora preferida por ella, cuando ya no está tan iluminado mas todavía no gana espacio la noche. Su mirada se encontraba perdida en el horizonte, entre esos montículos de tierra verde, con la mente en blanco y sus brazos apoyados en el barandal. Se encontraba ensimismada hace más de media hora, sin darse cuenta que la ciudad corría detrás de ella. El llanto de un niño le hizo regresar a la realidad y al voltear, pudo darse cuenta que el nene se encontraba en el suelo, envuelto en lágrimas. Lorena se acercó para ayudarle y cuando estuvo a punto de cogerlo, una señora se lo arrebató de los brazos, con expresión de enfado y se fue caminando. "¿Por qué la gente es tan desconfiada?", se preguntó Lorena. Uno sólo trata de hacer algo bueno y lo malinterpretan. "Claro, pero cuando se dan cuenta que eres amable se aprovechan de la situación y se te suben hasta el hombro", le reprochó una vocecita dentro de su cabeza. "Sí, pasa... pero eso no significa que dejes de ser amable con los demás, no seas extremista", habló una segunda voz en tono enfadado. "¿Qué está pasando acá adelante? ¿Por qué están discutiendo?", se escuchó desde el fondo de la cabecita de Lorena. "¡Oigan! ¡Acá está! ¡Ya la encontré! Ten listo el sedante", gritó a lo lejos un joven vestido de blanco. Y así, Lorena fue llevada de vuelta a su cuarto, del cual se había escapado por cuarta vez. Ya no dejarán que vuelva a pasear por el patio.

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