lunes, abril 18, 2005

Carta enésima...

Soledad:

Tú ya lo sabes bien, yo siempre fui el final de la esperanza. Camino en la ciudad y la calle me habla, pero yo no entiendo nada. Mi sombra huyó de las paredes, de los adoquines; y el viento ya no quiere sostener mi voz. El vacío llena el espacio que ocupaban los recuerdos, provoca susurros en mis lúgubres entrañas.

El paso del tiempo ayer me causó estragos. Yo que creía ser el mismo por tener igual efigie, caí en cuenta de que mis ojos me delatan. Se resisten ellos al brotar de lágrimas, y quizás esta sea la causa del abrupto dolor que en las tardes me embarga.

Trato de refugiarme en textos, melodías, olores de antaño. Una cómoda sensación me embarga. Volver atrás, disfrutar viejas glorias. Ensimismado. Hasta que se agota la nostalgia.

Renunciar no es fácil otra vez. Hoy que dudé del color del viento, no sé si será mío el alba de oro. El día exacto es una estrella despistada que me espera al despertar.

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