Sentado y divagando como siempre, veo el tiempo escapar entre los hilos de humo de un cigarro, busco algo en que pensar, una mirada familiar o amigable, en su lugar encuentro un tumulto de escurridizos ojos, que dicen todo y nada a la vez.
La vivaz mirada de un asustado inocente me dicen que extraña su hogar y espera ser recogido, mientras que la mirada nunca fija de un hombre de profundos y negros ojos me cuentan la historia de su tragedia y sufrimiento, la desesperación de no saber si mañana podrá seguir viendo la luz desde el rincón, o lo enviarán de vuelta a aquel lugar donde nació, aunque lo siente suyo sigue siendo el rincón donde sus sueños no pudo cobijar.
La mirada suave y cálida de una pareja de ancianos parecen decir que aún su fuerza no quieren perder, aún les queda mucho amor que dar, aunque sus pasos sean lentos ya y el reloj de sus corazones marque el paso cada vez de forma más lenta.
Detengo por una vez mi mente para que deje de volar sin sentido y la hago regresar a su lugar, eso me hace recordar la simplicidad de mi realidad, vuelvo a ver a mi alrededor y noto que el lugar donde mi mente me había trasladado no es más que un simple banco en una sala de espera, los vivaces ojos se han convertido en un inquieto y risueño niño ahora cobijado por los brazos de su madre, la mirada fija toma forma, se convierte en un hombre y muestra la silueta de un inmigrante que ahora sonríe al verse a salvo y con la persona que esperaba.
Yo simplemente espero hasta que escucho una voz que me dice:
- ¡Siguiente!
Es hora para que otra mirada ocupe mi lugar y pueda ponerle a la realidad un nuevo matiz.
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