No quería levantarse en ese momento. Se encontraba muy cómodo sobre su colchón, y el sólo hecho de pensar en todo el día que le esperaba por delante, le hacía desistir en su vano intento por tocar el frío suelo con sus pies.
- ¿Dónde está? - le preguntó el misterioso hombre - ¿La trajiste contigo?
- Sí, pero primero tienes que enseñarme lo que me prometiste - respondió Rafael.
- Un trato es un trato, y mi palabra no miente. Sígueme, te enseñaré el secreto de la felicidad eterna.
El hombre le dio la espalda y empezó a caminar por el callejón, seguido de cerca por Rafael, un poco inseguro, puesto que la poca iluminación que había se alejaba cada vez más de ellos.
- Muy bien, ha llegado el momento, pero antes, quiero que me respondas una sencilla pregunta.
- ¿Cuál?
- ¿Qué es la felicidad para ti?
- Veo que no sabes qué es la felicidad... A la final puedas responderme entonces dónde crees que puede estar.
- No lo sé... por eso deseo que usted me lo enseñe - articuló pausadamente luego de callar todas sus ideas.
- Mmm... no es la respuesta que esperaba, pero bueno, te di mi palabra. Ahora, entrégame lo que te pedí.
- ¿Estás seguro que esto es lo que pedí? - le preguntó el hombre a Rafael.
- Sí, tal cual como usted me dijo... mi más grande deseo se encuentra ahí dentro. - respondió con el brazo aún estirado.
- Muy bien. Terminemos este asunto de una vez.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes? - preguntó Rafael preocupado.
- Ya va sonar la alarma... es mejor que esta vez la apagues y te levantes... te espera un largo día por delante...
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