domingo, enero 30, 2005

El sueño de Rafael

No quería levantarse en ese momento. Se encontraba muy cómodo sobre su colchón, y el sólo hecho de pensar en todo el día que le esperaba por delante, le hacía desistir en su vano intento por tocar el frío suelo con sus pies.

La alarma volvió a sonar y Rafael la volvió a apagar. "15 minutos más" pensó para sí mismo mientras programaba su celular. Se dio media vuelta y cayó nuevamente en un sueño profundo.

Se encontraba parado al pie de un callejón, un perro ladraba incesantemente desde una de las casas vecinas. Un farol dibujaba la difusa sombra de un hombre con sombrero parado frente a Rafael.

- ¿Dónde está? - le preguntó el misterioso hombre - ¿La trajiste contigo?

- Sí, pero primero tienes que enseñarme lo que me prometiste - respondió Rafael.

- Un trato es un trato, y mi palabra no miente. Sígueme, te enseñaré el secreto de la felicidad eterna.

El hombre le dio la espalda y empezó a caminar por el callejón, seguido de cerca por Rafael, un poco inseguro, puesto que la poca iluminación que había se alejaba cada vez más de ellos.

Llegando al final del callejón el hombre se detiene y Rafael lo hace detrás de él.

- Muy bien, ha llegado el momento, pero antes, quiero que me respondas una sencilla pregunta.

- ¿Cuál?

- ¿Qué es la felicidad para ti?

Rafael enmudeció por completo, a la par que su mente empezaba a dar mil revoluciones por minuto. Las ideas se atropellaban entre ellas. "¿Qué es la felicidad? Tenerlo todo, no sufrir, sonreír, ¿qué sé yo?" fue lo primero que se le vino a la mente. Sin embargo, no parecía la respuesta correcta, sentía que faltaba algo más, que estaba incompleta. "Por algo quiero que él me enseñe el secreto, porque yo no lo sé... ¿Qué clase de pregunta es esa?", le reclamó una vocecita dentro de su cabeza.

- Veo que no sabes qué es la felicidad... A la final puedas responderme entonces dónde crees que puede estar.

"¿Dónde? Si por algo se lo estoy preguntando... ¿Qué diablos le pasa? Me ha tenido sueño tras sueño siguiéndolo", se apresuró a criticar aquella incesante voz que Rafael muy bien conocía.

- No lo sé... por eso deseo que usted me lo enseñe - articuló pausadamente luego de callar todas sus ideas.

- Mmm... no es la respuesta que esperaba, pero bueno, te di mi palabra. Ahora, entrégame lo que te pedí.

Rafael hurgó en el bolsillo derecho de su pantalón y sustrajo una pequeña cajita de color negro. La observó por un momento y luego se la entregó al hombre.

- ¿Estás seguro que esto es lo que pedí? - le preguntó el hombre a Rafael.

- Sí, tal cual como usted me dijo... mi más grande deseo se encuentra ahí dentro. - respondió con el brazo aún estirado.

- Muy bien. Terminemos este asunto de una vez.

El señor tomó la cajita y la encerró en su puño, respiró hondo y abrió su boca, sin embargo, no pronunció palabra alguna. Por el contrario, sonrió, en tono cómplice. Eso desconcertó a Rafael.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes? - preguntó Rafael preocupado.

- Ya va sonar la alarma... es mejor que esta vez la apagues y te levantes... te espera un largo día por delante...

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