40 minutos contaba en su reloj mientras una camioneta se estacionaba en la esquina, un hombre bajaba apurado con unas fundas y se perdía detrás de la puerta de su casa. Pablo ya había perdido la cuenta de cuántas veces había visto la luz roja del semáforo, igual, ya no le interesaba.
55 minutos habían pasado y el cuerpo de Pablo empezaba a desistir. El agua le chorreaba en todo el cuerpo a la par que sus ojos empezaban a cerrarse del cansancio cuando de repente los vio. Justo en la acera de enfrente se encontraban, protegiéndose bajo un paraguas. Pablo quiso gritarles pero ningún sonido salió de su boca. Trató de mover los brazos para que lo vean, pero se encontraban tan entumecidos que por más que su cerebro les diera la orden, estos se rehusaban a moverse. Los observó profundamente, tratando de llamarlos con el pensamiento, pero tampoco funcionó.
Un taxi se detuvo frente a ellos y procedieron a subirse, tratando de cerrar el paraguas rápidamente. El motor arrancó y a los pocos segundos se disolvieron entre la espesa neblina de la noche. Pablo, nuevamente solo, se desvaneció entre las sombras de la ciudad. Mañana, a la misma hora, volverá a esperarlos con ansias, deseando que esta vez lo puedan ver y regresar con ellos a casa.
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